Hoy me he encontrado con la persona que, sin saberlo, me inspiró la idea de estudiar arquitectura, y he podido al fin decírselo, cerrando un círculo que, sin ánimo de dramatizar, literalmente me cambió la vida.
Durante todos estos años he mantenido vivo el recuerdo del momento inception, el origen de la idea, con todos sus detalles: El colegio, creo que en octavo, la hora de entrar a clase, los compañeros ya marchándose de la pista deportiva, Vicente y yo disponiéndonos a hacerlo. A raíz de no sé qué conversación, le pregunté a qué quería dedicarse, y él, parado delante de mí, me miró fijamente y, con una intensidad y un convencimiento que pocas veces he visto, me dijo:
—Yo voy a ser arquitecto.
Casi podría decir que lo dijo con mayúsculas. Arquitecto. ARQUITECTO. Yo tenía una idea muy vaga de lo que eso quería decir, pero se me clavó la palabra en alguna parte, y de alguna manera que no alcanzo a entender ni yo mismo, fue creciendo en mí durante los años siguientes hasta llevarme a ser lo que, entre otras cosas, soy hoy: un arquitecto.
Casi veinte años después, me he encontrado con Vicente y se lo he contado. Sentía la necesidad de hacérselo saber de alguna manera, de agradecerle un momento que para él pudo ser casual, pero que para mí fue un punto de inflexión, un antes y un después.
A día de hoy, él no es arquitecto. Por cosas de la vida, no pudo serlo. Fui yo quien, a través de una mirada y cinco palabras, adopté su sueño y acabé cumpliéndolo. Ahora sólo espero que él encuentre la oportunidad de hacerlo y, entonces, habremos cerrado el círculo los dos.